sábado, 3 de mayo de 2014

Creatividad



Una de las cualidades básicas del ser humano es la creatividad. Esta, que a veces es ensombrecida por nuestra tendencia a la repetición y nuestra tendencia hacia lo conocido, es sin duda, una de las expresiones más transformadoras y radicales del ser humano. Radical porque proviene de la raíz. Porque es gracias a esa expresión de la vida que modelamos nuestro mundo y a nosotros mismos. Y transformadoras porque una de las propiedades más valiosas de la creatividad es que te permite transformar experiencias dolorosas y hasta traumáticas en algo bello y útil para personas que estén viviendo situaciones parecidas a aquellas que te inspiraron en primer lugar.

Al igual que las otras expresiones esenciales del ser humano (la inocencia, la honestidad, la espontaneidad...), la creatividad no puede ser creada sino solamente permitida. Emerge de un estado de tranquilidad o de satisfacción en forma de ideas o acciones inspiradas. 

La creatividad se expresa a través de impulsos, como los de coger un papel y un lápiz y empezar a dibujar, hacerle una foto a ese árbol, volver a casa por un camino distinto o hacer en la cama eso que nunca antes se te había ocurrido hacer. No cabe duda, y vuestra propia experiencia os valdrá de ejemplo: Es harto difícil que esa inspiración espontánea aparezca en medio de una nube de preocupaciones, prisas, remordimientos y rencores. Y parece que una parte sustancial de la especie se ha acostumbrado durante los últimos siglos a prestar atención a todos esos pensamientos incesantes. Esos pensamientos proceden de una perspectiva que observa la vida con desconfianza y ve todo como un peligro potencial del que defenderse. A ese estado le llamamos miedo. La única forma de que un niño no esté jugando, bailando o creando es que tenga miedo o esté enfermo.

Cuando uno descubre que todos sus conflictos eran creados por la propia forma de observar al mundo y a uno mismo, tras esa liberación, en ese estado de presencia, lo único que queda por hacer es jugar, bailar y crear. Jugar con las circunstancias y con las sincronicidades; bailar en los conciertos y en las tormentas; y crear cualquier cosa que sea bella, divertida o transformadora. No es con gritos ni represalias que se cura a un mundo demasiado gris y adulto. Es con colores, con risas, con llantos sinceros y con orgasmos que el mundo vuelve a renacer.

¿Has observado alguna relación entre tu estado interno y tu deseo de crear? ¡Cuéntanoslo!

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